Desde aquel 24 de Marzo, las cosas han cambiado. Por aquel entonces, yo estaba de novio. El cielo era azul, las estrellas brillaban y el sol… el sol también.
El corazón latía, y la felicidad la medía en intensidad, no en tiempo. Éramos felices los dos. Yo, Joan Martínez y ella, Maribel Torres. Una vez, en la parada del colectivo ciento once, el que ella utilizaba para llegar a su casa, me dijo algo que fue lo más parecido a la muerte. Parecía que no la vería más, y que tampoco había motivos para encontrarnos.
Sin importar mi reacción, ni lo que pudiera llegarle a decir, se predispuso a subir al colectivo que estaba por la esquina. Una vez frente a nosotros, subió al mismo y me saludó por la ventanilla. Yo quedé parado, impávido, sin respuesta alguna.
Desde aquel momento, comprendí que los sueños son más alcanzables en los sueños que en la realidad. De todos modos, todos los días a la hora que siempre tomaba el colectivo, la espero allí, en la parada ciento once. Es ahí donde vivo en el pasado, y donde creo algún día, volverla a ver.
3 de enero de 2008
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7 comentarios:
Muy interesante la idea.
Besos
Musa
Yo esperé mucho tiempo ver llegar un auto rojo, pero el agua de la clepsidra curó las heridas.
Que precioso... Gracias por este relato y buen año!!!
A veces vivo en el pasado y tú relato me lo ha recordado...
Sabina dice que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver.
Pero yo siempre he pensando que al igual que algunos utilizan su libertad de expresion, yo utilizo mi libertad de sueños, y a veces, solo a veces soy muy feliz allí.
Muchos besos Gastón, siempre es un placer que me dejes abierta la puerta de tu casa.
Me gusta, me gusta como me gusta tu forma de escribir...
Salute!
Me subi al 111...
Y me acorde de vos...
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